Comentario
Como indica Hall, la capacidad de Japón en orden a alcanzar su seguridad internacional y a competir con éxito frente a las potencias imperialistas occidentales no derivó solamente de la intensa reorganización política experimentada desde 1868 y de la habilidad de sus dirigentes en el juego diplomático.
Bajo estas realizaciones se encontraban como soporte reformas económicas y sociales de gran alcance, que encaminaban a Japón hacia un óptimo crecimiento económico y facilitaban los medios que le permitían competir en las esferas del comercio internacional y del desarrollo.
La formulación del imperialismo japonés, que es ya un hecho real en el período de entreguerras, con Japón como nueva gran potencia mundial, se fundamentó, por tanto, en un conjunto de factores tanto económicos y sociales, como ideológico-políticos e históricos.
En los comienzos del siglo XX Japón, transformado por su pleno desarrollo económico-capitalista y político-liberal, era reconocido diplomáticamente como potencia mundial, y en posesión de un imperio colonial propio.
Unido a estos hechos, el país rastreó en su identidad histórica los fundamentos ideológicos y sociales de su nuevo imperialismo.
En primer lugar, los fundamentos económico-sociales. Desde la guerra ruso-japonesa de 1905 a la Segunda Guerra Mundial se intensificó la transformación de Japón en un gran país industrial, con un alto incremento en todos los sectores y actividades económicas. El comercio exterior registró un nuevo aumento de las importaciones de materias primas y de las exportaciones de productos fabricados; pero la producción agrícola, pese a ciertos progresos técnicos, no se desarrolló al mismo ritmo y el pequeño propietario rural permaneció subordinado a los nobles rurales por lazos semifeudales.
Hecho nuevo fue la expansión económica en Asia oriental. Japón se convirtió en exportador de capitales. Aumentaron la deuda pública extranjera y las inversiones japonesas en China.
Los grandes "zaibatsu" -o clanes del dinero- se hallaban particularmente interesados en esta expansión, que les abría mercados, les proporcionaba materias primas y aseguraba rápidos beneficios a sus capitales. Mitsui y Mitsubishi controlaban estrechamente los grandes organismos financieros de la expansión colonial japonesa, como la Compañía del Sur de Manchuria, el Banco de Taiwán y la Naigai Wata Kaisha, propietaria de numerosas algodoneras chinas.
El sueño de un Dai Nippon -o Gran Japón-, señor de Asia oriental, tenía raíces sociales mucho más amplias y profundas: en el Ejército, en las clases medias urbanas y en el campesinado. Reflejaba a la vez el deseo de una vida mejor y un sentimiento confuso de solidaridad panasiática frente a las potencias coloniales occidentales.
Junto a estas bases económicas y sociales, actuaron en la formulación de un definido imperialismo nipón factores políticos e ideológicos que hundían sus raíces en la identidad histórica japonesa. En el Japón de finales de los años veinte, además de una estructura política centrada en el emperador, propia de la Constitución Meiji, operaron el sentimiento religioso tradicional, el militarismo y los conceptos de socialismo de Estado y nacionalismo ultraderechista.
Un aparato estatal apoyaba los santuarios del Shinto, base ritual para un retorno a la creencia semi-religiosa en la historia mitológica de Japón. Un cierto número de sociedades secretas y patrióticas facilitaban los cauces para la difusión de ideas ultranacionalistas y japonesistas, y para los nuevos conceptos del socialismo de Estado. Y las Fuerzas Armadas, independientes del control civil, constituían un vehículo perfecto para la consiguiente aplicación de tales conceptos a los asuntos internos y externos.
Ninguno de estos elementos habría sido por sí solo decisivo para lanzar a Japón por el camino ya iniciado. Pero todos unidos y combinados con el fracaso del gobierno de partidos en el interior y con el de la cooperación internacional en el exterior, crearon el ambiente favorable y necesario.
Cada uno de estos factores actuó a lo largo de un proceso histórico para converger en una acción común con los otros elementos que animaron al nuevo imperialismo japonés.
El gobierno Meiji utilizó con fines nacionales la red de santuarios shintoístas existentes en la época de la Restauración. Aunque el Shinto no estaba directamente relacionado con la difusión del sentimiento nacionalista popular, mantenía vivos los elementos del culto al emperador y facilitaba los medios de fortalecimiento de la solidaridad comunal o nacional, a través de la observancia patriótica centralizada en los santuarios. El Shinto dio al patriotismo japonés un especial matiz de misticismo y de introversión cultural.
Las asociaciones derechistas eran también un fenómeno común en el Japón posterior a la Restauración Meiji, y en la década de los veinte el grupo de los partidarios del pensamiento ultranacionalista era tan numeroso e influyente como el de los liberales.
Las primeras sociedades secretas, como la Sociedad del Océano Negro (Genyosha, 1881) y la Sociedad del Amur o del Dragón Negro (Kokuryukai, 1901), eran movimientos minoritarios que propugnaban la expansión ultramarina de los intereses japoneses. Tras la Primera Guerra Mundial, estas sociedades prestaron mayor atención a los problemas internos, oponiéndose a los pensamientos peligrosos y al radicalismo político.
Al mismo tiempo se formaban nuevas sociedades patrióticas de masas, dedicadas a la unión interior y al nacionalismo patriótico: en 1919 se fundó la Sociedad de la Esencia Nacional del Gran Japón (Dai Nippon Kokusuikai), y en 1924, la Sociedad del Fundamento Nacional (Kokuhonsha), una organización destinada a proteger la política nacional de Japón, y cuyos objetivos primordiales eran conservar el carácter nacional único de Japón y la prosecución de su especial misión en Asia.
Durante los años veinte, estas sociedades estaban interesadas en preservar a la sociedad japonesa del radicalismo y de la disolución del fervor patriótico. En los años treinta, sin embargo, un nuevo elemento apareció en el pensamiento de los grupos derechistas a medida que los problemas internos se agudizaban: la convicción de que era necesaria una reorganización nacional según las líneas del socialismo de Estado prendió especialmente en los ambientes próximos al Ejército.
La introducción de las ideas del socialismo de Estado en el pensamiento del movimiento derechista de mediados de los treinta se atribuye a Kita Ikki (1885-1937).
En un trabajo titulado "Un plan general para la reorganización nacional del Japón" (1919), Kita Ikki propugnaba un golpe de Estado para alcanzar los verdaderos objetivos de la Restauración Meiji, y una enérgica política exterior encaminada a liberar Asia de la presencia e influencia occidentales.
Un nuevo elemento entre estas sociedades y corrientes de pensamiento fue el programa panasiático. A fines del XIX se creó en Tokio la Sociedad para los Países de Extremo Oriente, que puede considerarse como un foco de imperialismo japonés, y también como un centro de nacionalismo asiático. Las sociedades patrióticas, las ligas secretas y el Ejército exaltaban el papel del Imperio en la organización de la Gran Asia.
Un personaje representativo de este estado de espíritu fue el general Araki, ministro de la Guerra en 1934, que en su programa de renovación nacional -o Vía Imperial- colocó en el primer plano de los objetivos japoneses la dirección de Asia continental. Además, en 1912, 1926, 1933 y 1934 se reunieron en Tokio congresos panasiáticos.
Pero el grupo que acabó convirtiéndose en el más eficaz vehículo de la difusión del pensamiento nacionalista-imperialista en Japón fue el Ejército, que apoyaba la política expansionista contenida en el Memorial Tanaka.
Las Fuerzas Armadas, que siempre fueron un poderoso grupo con intereses políticos, habían ido adoptando una posición cada vez más crítica, de creciente decepción hacia la política de partidos. En especial, asumían esta postura los nuevos grupos de jóvenes oficiales, intolerantes en las negociaciones con el exterior y el gobierno representativo en el interior.
Los elementos radicales del Ejército encontraron dos principales campos de actividad: las sociedades secretas de nueva formación y el cuerpo expedicionario Kwangtung en Manchuria, relativamente autónomo.
En los últimos años veinte tuvo lugar la difusión de minoritarias sociedades secretas dedicadas a la acción directa, cuyos nombres revelan el carácter nacionalista de sus objetivos: el Partido de la Espada Celeste, la Fraternidad de la Sangre, la Sociedad del Cerezo, organizada en 1930 y radical defensora de la expansión militar en el exterior y de la revolución militar en el interior.
La expansión en Manchuria dio paso a la consolidación del militarismo en Japón; los sentimientos e ideas se entremezclaron para desembocar en un objetivo común; el anticomunismo de principio, cultivado por la extrema derecha, escribe Lequiller, acabó por no distinguirse muy bien de la tesis imperialista, que reclamaba la anexión de Manchuria como territorio de colonización y expansión económicas.
Estos fueron los principales fundamentos del nacionalismo e imperialismo, elemento preponderante de la política japonesa. A comienzos de los años treinta se instaló un régimen autoritario, y se impuso en el exterior una política agresiva, especialmente en Manchuria. Los partidos liberal-burgueses cedieron ineluctablemente al empuje nacionalista del Estado Mayor militar y de las sociedades secretas patrióticas.